SALAZAR GARCÍA, VENTURA
UNIVERSIDAD DE JAÉN
LA EVALUACIÓN DE LAS LENGUAS: GARANTÍAS Y LIMITACIONES
ALFONSO MARTÍNEZ BAZTÁN |
El libro de Alfonso Martínez Baztán que aquí se reseña constituye sin duda una aportación relevante y oportuna, máxime si tenemos en cuenta que, hasta la fecha, la bibliografía existente en español sobre evaluación de lenguas sigue siendo relativamente escasa. Si bien contamos con referencias de indudable interés en forma de contribuciones a congresos, capítulos en obras colectivas, etc., lo cierto es que se echan en falta obras monográficas que afronten, con una perspectiva suficientemente amplia y global, los distintos aspectos implicados en la evaluación, con especial atención a su incidencia en la enseñanza de idiomas modernos. Nuestra dependencia de la bibliografía publicada en otras lenguas, y muy especialmente en inglés, resulta a todas luces manifiesta. Por tanto, la aparición de títulos como el que ahora nos ocupa mitiga, al menos en parte, dicha situación. Sería deseable que este avance tuviera continuidad en el futuro, con el fin de convertir la evaluación lingüística en una línea de investigación plenamente asentada en nuestro entorno académico, como lo son ya la enseñanza de la gramática y del vocabulario, el diseño curricular, etc.
Antes de seguir adelante, conviene precisar en breves trazos qué es y qué no es este libro. En primer lugar, debe advertirse que no se trata de una obra enfocada prioritariamente al español como lengua extranjera, sino que su contenido atañe a la evaluación relacionada con cualquier idioma, incluso en los contextos educativos orientados a la didáctica de la lengua materna. En segundo lugar, no se trata de un manual para la formación avanzada de evaluadores profesionales, pues, de hecho, los aspectos más técnicos (como el instrumental estadístico) apenas si son esbozados. Por último, tampoco se trata de un vademécum que ofrezca una casuística de situaciones a las que potencialmente ha de enfrentarse el evaluador, con el consiguiente recetario de eventuales soluciones. En cambio, este libro sí constituye una magnífica introducción apta para cualquier persona interesada en la evaluación, con una formación básica en lingüística aplicada. Gracias a ella se podrá acceder posteriormente, con garantías, a otras publicaciones más complejas y especializadas. También ofrece una lúcido análisis de los componentes nucleares de toda evaluación lingüística, al igual que de sus motivaciones y consecuencias. En definitiva, es una obra formativa en el más amplio sentido de la palabra, pues en ella la información y la reflexión crítica van de la mano en un estrecho y feliz maridaje.
Atendiendo a su organización interna, cabe decir que el libro se compone de doce secciones numeradas consecutivamente, si bien únicamente las nueve primeras pueden ser consideradas, con propiedad, capítulos del libro. Las tres últimas consisten en un breve epílogo a modo de conclusión, una relación de cuatro apéndices y la sección bibliográfica de rigor. Tanto el primer capítulo, de carácter introductorio, como el segundo, que afronta lo que el autor denomina garantías y limitaciones, son especialmente importantes, dado que definen el enfoque que marcará la impronta general de toda la obra. Por ello, recomiendo una lectura particularmente atenta de los mismos. Martínez Baztán tiene en cuenta los cambios que se han producido en este ámbito durante los últimos años, bien por los nuevos condicionantes pedagógicos ―con la aparición del MCER como máximo exponente―, bien por la responsabilidad social que entraña en el mundo actual. Una primera conclusión que se extrae de todo ello es que no hay un único procedimiento adecuado de evaluación, sino “uno para cada situación y necesidades” (pág. 11); a mi modo de ver, esto justificaría considerar la evaluación de lenguas como un fenómeno de carácter multidimensional. Por otro lado, dentro de los retos a los que se enfrentan los diseñadores de tests o pruebas evaluativas, se hace especial hincapié en que las mismas sean eficaces y objetivas, lo cual puede verse amenazado por dificultades tales como la indefinición de las tareas, la subjetividad de las mediciones, etc. Deduzco de todo ello que ―aunque sin desdeñar otros criterios como la validez, a la que dedica un amplio espacio― el autor considera prioritaria la necesidad de garantizar la fiabilidad de las pruebas.
Los tres capítulos siguientes nos adentran en las distintas variables que intervienen en el diseño de un test. Así, en el tercer capítulo distingue tres herramientas básicas de evaluación: las escalas (cualitativas), las notas (cuantitativas) y las especificaciones de examen. El cuarto trata de la validación de los ítems de medición, contemplados singularmente, mientras el quinto atiende la validación de los exámenes analizados en su conjunto. Particularmente interesante resulta aquí, a mi entender, la explicación correspondiente a los seis tipos de validez que operan en la evaluación lingüística, a saber: validez de apariencia, de respuesta, de contenido, concurrente, predictiva y de constructo. De todas ellas, la primera y la última han sido las que tradicionalmente han recibido una atención prioritaria en la bibliografía especializada, llegando a adquirir, en cierto modo, un rango superior. Por ese motivo, constituye a mi juicio un acierto de este libro atender en pie de igualdad todos los tipos de validez, mostrando con eficacia y claridad en qué medida contribuye cada uno de ellos al funcionamiento y alcance general de toda prueba evaluativa.
A partir de este momento el autor focalizará su atención en los diversos contextos en los que interviene la evaluación lingüística. Distingue entre evaluación académica y evaluación social o de dominio, a las que dedica dos capítulos en cada caso. El capítulo sexto, concretamente, presenta sucintamente los rasgos propios de la evaluación en los entornos educativos, para centrarse posteriormente en las pruebas de clasificación, que son aquellas que permiten distribuir a los estudiantes en diversos grupos de aprendizaje, en función de su nivel lingüístico de partida. En el capítulo siguiente se tomarán en consideración las pruebas motivadas por otros objetivos académicos, como son el diagnóstico, la medición del progreso o la del aprovechamiento. Este séptimo capítulo resulta comparativamente muy breve, en parte porque muchas cuestiones atendidas en el anterior —verbigracia, la validación de los tests o la formación de evaluadores— son extrapolables también a este, y por tanto no se ha visto la necesidad de repetirlas.
Los capítulos ocho y nueve están dedicados a lo que el autor denomina evaluación social o de dominio; es decir, la representada por aquellas pruebas estandarizadas independientes de cualquier contexto educativo predeterminado, cuya superación permite al candidato acreditar su nivel de competencia de cara a una futura inserción en el ámbito laboral, académico, etc. En el primero de esos capítulos se atiende la evaluación de la expresión y la interacción orales, que adopta generalmente el formato de entrevista, intrínsecamente problemática en términos de fiabilidad. El siguiente se dedica, por su parte, a las demás destrezas: expresión escrita, comprensión auditiva y comprensión lectora. Los procedimientos de medición en estos casos son mucho más fiables, pero, en tanto que acercamientos indirectos a tales destrezas, ofrecen como contrapartida serias dificultades de validez.
El breve epílogo con el que se cierra esta monografía se aleja del tono académico al uso para aproximarse más al género ensayístico. Martínez Baztán insiste aquí en una idea que ha estado presente a lo largo de todo el libro: el evaluador es un juez y, como tal, ha de buscar ante todo la verdad en lo que concierne a la posesión o no, por parte del candidato, de una determinada competencia, y en qué grado. Por tanto, lejos de ser una labor tangencial o rutinaria, constituye una actividad de enorme trascendencia social (y, añado yo, moral). Los juicios del evaluador no pueden, consecuentemente, basarse en meros indicios o apreciaciones subjetivas, sino que deben responder a testimonios probatorios emanados de muestras representativas. Las herramientas de medición están al servicio de esa función probatoria, y de ahí la necesidad de que sean eficaces y objetivas. Vemos, pues, cómo el autor resalta nuevamente la importancia de la fiabilidad, no ya únicamente como criterio decisivo en el diseño de las pruebas, sino también como un auténtico patrón deontológico que ha de regir la conducta de todo evaluador imparcial.
Como conclusión, debo expresar mi convencimiento de que este libro tendrá una favorable acogida entre los profesionales de la enseñanza de lenguas para quienes será una referencia de primer orden. Es preciso reconocer que sus planteamientos no son, ni pretenden ser, originales. Su valor reside en ofrecer de una manera compendiada y accesible contenidos que hasta ahora había que buscar en fuentes variadas y más o menos dispersas. Además, es de agradecer el fino sentido crítico del autor, que hace explícitos en todo momento los aspectos positivos y negativos —las garantías y limitaciones a las que se refiere el subtítulo— de cada una de las técnicas o herramientas tomadas en consideración. En el lado negativo, al menos yo, personalmente, lamento que se preste poca atención al instrumental estadístico asociado a la evaluación (algo a lo que ya he aludido con anterioridad). Probablemente esto ha venido condicionado por el deseo de evitar un sesgo excesivamente técnico, que habría dificultado la accesibilidad del texto para un lector medio. Ahora bien, no es menos cierto que, al menos en el mundo actual, cualquier monografía dedicada a esta materia queda en cierto modo incompleta si no dedica a la estadística una atención suficiente, cuyo concurso resulta esencial a la hora de atender adecuadamente cuestiones tales como la medición de los resultados de los candidatos, el control de la fiabilidad y la validez de las pruebas, etc. En cualquier caso, dentro del conjunto de la obra, esta salvedad tiene un alcance limitado, y no empaña sus indudables méritos en otros muchos aspectos.
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